La sociedad actual está en continua transformación. Vivimos en una sociedad globalizada preocupada por el desarrollo sostenible, por la intolerancia y la violencia, interconectada, que permite crear redes y contextos diferentes de aprendizaje, con grandes avances tecnológicos, pero que todavía excluye y discrimina al diferente. En el prólogo del último informe de la UNESCO, ‘Replantear la educación, ¿hacia un bien común mundial?’, Irina Bokova, directora general de ese organismo, hace las siguientes preguntas: “¿qué educación necesitamos para el siglo XXI?, ¿cuál es la finalidad de la educación en el contexto actual de transformación social?, ¿cómo debería organizarse el aprendizaje?”.
Hablar de educación del siglo XXI es hablar de una educación que no excluye, que no aparta, que no expulsa. Esta educación que promueve la presencia, la participación y los logros de todo el alumnado, es la educación inclusiva. Garantizarla es un derecho reconocido en el artículo 24 de la Convención sobre los Derechos de las personas con Discapacidad. Con la educación inclusiva se recupera la concepción humanista de la educación que desarrolla todo el potencial humano poniendo énfasis en los aspectos emocionales, afectivos y éticos, no solo en los aspectos cognitivos. Contemplando las potencialidades y fortalezas de los niños y niñas para aprender y no centrándose únicamente en el déficit, como se venía haciendo.
Este enfoque de derechos humanos destaca y hace hincapié en los principios éticos universales como el respeto, la justicia social, la igualdad de derechos, la diversidad cultural y social, la solidaridad humana, la responsabilidad compartida del desarrollo sostenible y sobre todo se centra en una educación que no excluya ni margine. Bajo esta mirada es una educación transformadora de metodologías, agrupamientos, estructuras organizativas, tiempos y espacios, pero sobre todo transformadora de la vida de los niños y niñas, que así son nombrados por su nombre, que ya no están en los márgenes, que ahora son visibles.
Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad es garantizar la presencia, la participación y los logros de todos los niños y niñas en la escuela; es ofrecer los apoyos y los ajustes necesarios para lograrlo; es cambiar la mirada para ver la capacidad, pero sobre todo es compromiso para pasar a la acción.